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Filosofia

Tiempos de “emergencia filosófica”

Parece que la Filosofía como tarea social, comprometida (que tiene algo que decir y que aportar) va recuperando algo del espacio que había ido perdiendo desde los años ochenta del pasado siglo. Por edad, no pude vivir el mayo del 68 de nuestros padres y abuelos (aquella época en la que las palabras de un Sartre, un Camus o una Beauvoir en la prensa francesa eran capaces de despertar la conciencia de Europa), pero sí recuerdo mis tiempos de instituto, con sonoras polémicas de periódico entre Savater y Sádaba, los análisis del “pensamiento débil” de Gianni Vattimo o la desesperada llamada al “entusiasmo” social que hacía el posmoderno Lyotard… Ahora ya no sabemos si nuestro tiempo es la post-postmodernidad, pero sí que esta crisis sanitaria a nivel planetario nos ha sacado de golpe del ensueño dorado de ese tiempo light, volátil o líquido (individualista e insolidario) en el que vivíamos tan confortables en tanto que “lo propio” funcionara bien.

Produce alegría que, junto con los muchos recursos que se movilizan en España estos días para contener la amenaza a nuestra salud, también se convoque a las fuerzas del pensamiento y se eche mano de los filósofos en las páginas de nuestros periódicos. Hoy mismo, 24 de marzo de 2020, podemos encontrar en El País el artículo “Filosofía de urgencia en estado de alarma”, donde varios de nuestros pensadores llaman a “recuperar la cohesión social y a anteponer la razón sobre el caos para salir fortalecidos de esta crisis”. Que a sus 92 años aún comparezca el siempre comprometido Emilio Lledó produce verdadera admiración. En estos días –comenta- han regresado a su cabeza los recuerdos de la Guerra Civil en su infancia: la inseguridad, el miedo, el no atreverse a salir a la calle. La diferencia, dice, es que, la de este virus, no es una amenaza concreta, sino difusa, escurridiza, abstracta. De ahí procede nuestro desconcierto: “Y este es el gran problema: El desconcierto no ayuda a pensar bien, cuando lo que más necesitamos en este momento es justo lo contrario: la razón contra el caos”.

Tiempos emergencia filosófica

Por su parte, Santiago Alba Rico, que define lo ocurrido como una “gran epifanía de la contingencia” (traduzco: un gran ascenso y conciencia de nuestras limitaciones personales) incide, sobre todo, en que “aprovechemos este parón para revisar en calma nuestro modelo social”, huyendo de caer en tendencias populistas, o peligrosas elecciones políticas, cuando regresemos a la normalidad.

El incombustible Fernando Savater llama a pensar con claridad “por encima del drama”, sin buscar explicaciones irracionales o teorías generales consoladoras o conspiratorias. Él analiza la situación actual desde los clásicos, que tanto siguen enseñándonos hoy, desde Lucrecio (que a su vez reflexionó, a partir de la descripción de Tucídides de una peste que, cuatro siglos antes, había matado a más de 100000 personas en Atenas). Adela Cortina, frente a la catástrofe en la que nos encontramos, apuesta por una “posición ilustrada: crítica, pero a la vez con sentido de futuro. Y sobre todo, dialogante, capaz de recomponer la cohesión social, los vínculos (la “amistad cívica” aristotélica), cuando esta pandemia quede atrás.

El filósofo y ex -presidente del Senado Manuel Cruz señala cómo hemos redescubierto nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad, pues de nuevo la naturaleza ha podido más que toda nuestra ciencia y nuestra tecnología. Cruz recuerda cómo el filósofo Ulrich Beck ya denunció en los ochenta cómo el modelo de aumento de riqueza va unido al concepto de “sociedad del riesgo”. Lo importante, y en esto coinciden todos nuestros pensadores, es saber extraer lecciones para el futuro. Resulta muy interesante el comentario de Santiago Alba Rico: “En plena apoteosis de lo virtual, hemos recordado que tenemos cuerpo. Supongo que, de estos cuerpos encerrados y amenazados que somos, podría ahora surgir una reflexión sobre nuestras relaciones sociales, económicas y políticas”.

También a la propia Filosofía le tocará (o debería tocarle) reinventarse, para dejar de ser, como señala Ana de Miguel, casi publicidad al servicio del consumismo, o pensamiento insignificante posmoderno, donde el yo y sus deseos son el centro del universo. Para otra pensadora, la catalana Marina Garcés, el asunto es revisar las ficciones en las que vivíamos tan confortables nuestras existencias cotidianas, ignorando aquello que no queríamos ver y todo lo que se avecinaba. La clave es, para ella, si saldremos de ésta “más egoístas o más conscientes de la profunda injusticia que sustenta este modelo”. Ya no nos sirve ya (nos dice, con mucha lucidez, Ana de Miguel) el lema clásico primum vivere, deinde filosofare (primero vivir y después filosofar), pues no podemos permitirnos el lujo de dejar el pensamiento para más tarde. Ese lema “puede ser ideal para vender tazas de café con asa, pero no es real: el ser humano lo es porque se sienta a pensar, o, cuando se sienta, piensa en cómo quiere vivir”.

También a la propia Filosofía le tocará (o debería tocarle) reinventarse, para dejar de ser, como señala Ana de Miguel, casi publicidad al servicio del consumismo, o pensamiento insignificante posmoderno, donde el yo y sus deseos son el centro del universo. Para otra pensadora, la catalana Marina Garcés, el asunto es revisar las ficciones en las que vivíamos tan confortables nuestras existencias cotidianas, ignorando aquello que no queríamos ver y todo lo que se avecinaba. La clave es, para ella, si saldremos de ésta “más egoístas o más conscientes de la profunda injusticia que sustenta este modelo”. Ya no nos sirve ya (nos dice, con mucha lucidez, Ana de Miguel) el lema clásico primum vivere, deinde filosofare (primero vivir y después filosofar), pues no podemos permitirnos el lujo de dejar el pensamiento para más tarde. Ese lema “puede ser ideal para vender tazas de café con asa, pero no es real: el ser humano lo es porque se sienta a pensar, o, cuando se sienta, piensa en cómo quiere vivir”.

Ernesto Calabuig. Profesor Filosofía de bachillerato privado en Madrid – Colegio Reggio

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